Las cajas y las etiquetas

Soy una persona a la que le gusta tener las cosas ordenadas, tanto real como metafóricamente. Como tal, suelo poner las cosas en cajas, y en esas cajas, pego etiquetas. Sin embargo, a lo largo de los años me fui dando cuenta de que mantener ese orden de las cosas tan rígido, a veces, va perdiendo su sentido…

Algo similar ocurre con las personas. A menudo, sin darnos cuenta, les asignamos etiquetas que definen cómo las vemos y cómo nos relacionamos con ellas. Pero… ¿sirven estas etiquetas realmente?

Pintura de un pollito mirando un ramo de flores que en realidad son huevos fritos

La forma en que vemos a los demás puede parecerse tanto a la realidad como este ramo de flores. ¡Hasta que la cuestionamos! Ilustración por Tank

Durante una clase de mi formación en coaching, la profesora nos propuso un cuestionario de autoconocimiento. Una de esas preguntas apuntaba a si solemos concentrarnos más en lo que tenemos en común con otras personas, o lo que nos diferencia. En su momento sentí poco relevante la pregunta, pero con el paso del tiempo, me di cuenta que plantó una semilla que me hizo pensar.

Esa reflexión me llevó a observar cómo mis propias percepciones influyen en la manera en que interactúo con los demás. A través de un trabajo de exploración y de reflexión, me fui dando cuenta cómo los juicios suelen ser profecías autocumplidas, tanto los que hago tanto sobre mí como sobre los demás.

Para describir esto, me encanta este ejemplo del libro No es lo mismo, de Silvia Guarnieri y Miriam Ortiz de Zárate:

Si pensamos que vulnerabilidad es igual a debilidad, generaremos más antipatía a nuestro alrededor. Los demás ven claramente nuestras dificultades (aquellas que tanto nos esforzamos en ocultar) y juzgarán prepotente, vanidosa o poco humilde nuestra actitud. Por eso, ante un fallo los demás se alejan, incluso pueden llegar a alegrarse. (…) “¿Lo ves? Los demás esperan ver mi punto débil para atacarme”, (pensamos, pero…) es la creencia la que genera la reacción negativa de los demás, y no al contrario.

Es decir, como pienso que la vulnerabilidad es una debilidad, nunca me mostraré vulnerable y, por lo tanto, generaré en los otros actitudes que me dificulten expresar esa vulnerabilidad.

Esto refuerza la idea de que el otro no es más que un espejo mío: lo que creo sobre los demás y sobre mí mismo se refleja en la realidad que construyo.

Ilustración de Guy Billout de un hombre inclinado sobre el reflejo del agua en un parque, mirando su reflejo, perplejo

¿Qué es realidad y qué es reflejo? Ilustración de Guy Billout

Los reflejos que nos conectan: un ejercicio

Afortunadamente, sabemos que siempre podemos elegir desde dónde vemos una situación. Nuestro esquema mental nos llevará al lugar por defecto, pero si tomamos conciencia acerca de este hábito, podemos hacernos preguntas que nos lleven a otro punto de vista en las situaciones en las que nos sintamos atascados y necesitemos brindar una solución creativa a un desafío que se nos plantea.

Para ejercitar esta capacidad de ver más allá de nuestras etiquetas y juicios, te comparto un ejercicio práctico:

  1. Para comenzar, cierra los ojos y haz algunas respiraciones. Solamente en serenidad podemos plantearnos la comunión hacia los demás, sobre todo si nos sentimos desafiados por el otro.
  2. Piensa en la persona a la que le has asignado una etiqueta o un juicio que quieras deconstruir. Puedes visualizarla en tu mente.
  3. Ahora, piensa en la totalidad de esa persona, no solamente en lo que te desafía de ella. Piensa en pequeñas cosas: la ropa que suele usar, las cosas de las que se suele reír, sus hábitos, sus intereses y pasatiempos, cualquier característica que conozcas y que se te ocurra.
  4. Encuentra puntos en común. Puede ser en una situación del pasado que hayan compartido, o algo más pequeño y concreto como un lunar que ambos tienen en la mejilla (¿?).
  5. Ahora, expande esa idea: piensa en más puntos en común. Si nada se te ocurre, puedes pensar en lo obvio: “Ambos tenemos dos ojos y dos orejas”. Todo funciona.
  6. Concéntrate en cómo te hace sentir encontrar esas similitudes, por más pequeñas que sean. Continúa respirando y registra si notas un cambio emocional en tu interior.
  7. Si la has encontrado, expande en tu interior esa sensación nueva en relación a esta persona, ese puente. Regístralo dentro tuyo. Si no, simplemente acompaña los nuevos pensamientos sobre puntos en común entre ustedes dos.
  8. Cuando te sientas listo, haz algunas respiraciones y cierra el ejercicio.
  9. Anota todo lo que has encontrado que te une a esa persona.

Puedes repetir este ejercicio cuantas veces sientas necesario para ejercitar tu capacidad de empatía.

Ilustración Elliana Esquivel en dos cuadros, de una mujer pensando y sintiendo, caracterizadas por un círculo amarillo en la cabeza y otro en el pecho, respectivamente

La idea es pensar con el corazón. Ilustración por Elliana Esquivel

Es increíble darnos cuenta de que, a veces, quienes más nos desafían son las personas más parecidas a nosotros. Cuando buscamos puntos en común con los demás, se nos facilita la compasión, y por lo tanto, se nos hace más fácil construir lazos.

Tal vez, desde esta nueva perspectiva hacia esa persona, logres encarar una conversación difícil, o puedas tener actitudes que ayuden a entablar una mejor relación.

Jugar el juego en el que todos ganamos

Pero esta forma de ver al otro no solo mejora nuestras relaciones personales, sino que también transforma la manera en que nos vinculamos en lo colectivo.

Cuando nos sentimos más cercanos a los otros, nos es más fácil generar situaciones de “ganar-ganar” (win-win). En estas situaciones, no nos concentramos únicamente en sacar beneficio o ventaja a costa de otros (”ganar-perder” o win-lose), sino que invertimos la energía en que nuestra ganancia sea también una ganancia para los demás. Generar situaciones de win-win implica reconocer la interdependencia que compartimos todos, clave para el bienestar y la ecología nuestra y de nuestro entorno. Lo mejor de todo: notaremos en el tiempo cómo esa intención se retroalimenta, en un ida y vuelta auténticamente funcional.

Más allá de los textos de coaching modernos, este principio tiene raíces en distintas filosofías, como el pensamiento zen. Mi libro de cuentos zen de Yuki Zenda dice lo siguiente:

La vacuidad se refiere a la ausencia de una identidad o naturaleza inherente e inmutable en todos los fenómenos. Esto significa que nada existe de manera independiente o aislada, sino que todo está interconectado y depende de causas y condiciones.

A veces pienso que, en un mundo cada vez más globalizado e interconectado, poner en práctica estas formas de vincularnos será cada vez más importante, porque cada vez en más entornos, ser diferentes será algo que tendremos en común.

Al buscar similitudes en vez de diferencias no solo podemos vernos a nosotros mismos con más claridad. También podemos ver a los demás de manera más compasiva y tomar las riendas de nuestras decisiones contemplando la importancia que los otros ejercen en nuestra vida (y la nuestra, en la de los demás).

¿Tú, te animas a ver a través de tu espejo? Seguramente podrías encontrar algo mágico y posibilitador en ese espacio que se despliega para ti.

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