Tener referentes creativos nos ayuda a conectar con nuestro deseo, nos impulsa a expresarnos y nos anima a crear. Pero a veces, la imagen que tenemos de ellos creativos también puede limitarnos. Por qué esto pasa y cómo volver a conectar con nuestra llama creativa.

“En toda obra genial reconocemos nuestros propios pensamientos rechazados.” - Ralph Waldo Emerson

Nuestros héroes personales

Cuando lo creativo entra en juego, hay personas que marcan tendencia, sea por su originalidad, por su inagotable capacidad de trabajo, o por su carisma y personalidad. A veces, son famosas o conocidas por muchos. Otras, entran en la categoría de nuestros “héroes personales”, quienes nos inspiraron y nos inspiran a tener una vida en línea con nuestro espíritu creativo.

No me refiero solamente al dominio de las artes (puedes pasar por aquí para conocer mi definición de “creatividad”). También hay gente que es inspiradora para nosotros en áreas tan diversas como una jefa que sabe motivar a su equipo de una manera especial, un colega que tiene muy claro cómo ser el mejor en su trabajo, un profesor que enseña su materia con inspiración, una amiga que tiene el don de unir a las personas, o nuestra madre, que prepara los mejores platos.

Estas personas suelen tener una influencia positiva en nuestras vidas: no solo nos abren a la posibilidad de conocer aquello en lo que tan bien se desarrollan, sino que muchas veces ayudan a encender en nosotros la chispa de “A mí también me gustaría hacer eso así de bien”, y nos llevan a intentarlo.

Un brillo que opaca

Sin embargo, cuando la admiración que sentimos por aquella persona que nos inspira, o por su obra, se sobredimensiona, puede llegar a tener un efecto intimidante. Podemos llegar a engrandecer tanto la capacidad de esa persona, que nos intimide crear algo propio porque “nunca va a ser tan genial como lo que ella hace”. O tal vez nos animemos a crear, pero no valoramos lo hacemos porque creemos que ese otro realmente lo hace mucho mejor.

Entonces, aparecen las conversaciones privadas, esas que tenemos con nosotros mismos: ¿Qué hago yo intentando esto?”, “La verdad es que no se me da bien.” o “¿Para qué lo hago, habiendo tantas personas que ya lo hacen mucho mejor que yo?”

La sombra según Jung

En el ámbito de la psicología jungiana, se define a la “sombra” como uno o varios aspectos de nuestra personalidad que están ocultos y que no nos permitimos expresarlos y compartirlos, a veces inconscientemente. En general, la sombra se manifiesta cuando encontramos algo en otra persona que, probablemente de manera exagerada y con poco fundamento, nos resulta odioso, insoportable, o que simplemente elegimos rechazar a través de cualquier argumento o racionalización.

En realidad, lo que hacemos en estas situaciones es una proyección de ese rechazo, en donde lo que realmente repudiamos es ese rasgo del otro en nosotros mismos. Esa persona que “se viste para llamar la atención” o “que es muy antipática”, tal vez tenga que ver con nuestra propia dificultad para mostrarnos de esa manera ante otros. Como dice el dicho popular: “El que señala, se señala a sí mismo”.

La contraparte: la sombra dorada

Aunque el concepto de la sombra es bastante conocido, algo menos común es oír sobre la sombra dorada tal como lo explica Virigina Gawel en El fin del autoodio. El mecanismo es esencialmente el mismo, con la diferencia de que, a través de la sombra dorada, los rasgos que negamos acerca de nosotros, y que proyectamos en el otro, son rasgos positivos para nosotros. Son características del otro que nos “encantaría tener”.

Llevado a un extremo, eso lleva a una idealización del otro y a “querer ser” como él o ella. En realidad, lo que hacemos es vaciarnos de nuestros “mejores” rasgos, para atribuírselos a esa otra persona, a quien inconscientemente hacemos “dueña” de nuestros propios talentos. En palabras de Virginia: “El plus que agregamos inconscientemente (al otro) para volverlo superlativo nos lo restamos a nosotros”.

Ilustración de Penelope Dullaghan de la sombra de una mujer, compuesta por un cielo de estrellas .

Cuando esto nos pasa, nos olvidamos que, en realidad, todos tenemos una forma única de ser y de hacer en el mundo, y es esto lo que venimos a compartir con los demás. Ilustración de Penelope Dullaghan.

Lo fundamental de todo esto es poder darnos cuenta, porque esto nos abre la posibilidad de trazar un recorrido de vuelta a nosotros mismos, en el caso de la creatividad, de volver a entrar en contacto con esa sensación de satisfacción que se nos despierta cuando ponemos en práctica nuestro proyecto creativo, que nos lleva a expresar lo mejor de nosotros y que nadie más podría hacer en nuestro lugar.

Reencontrarse con la propia creatividad

Si sientes que no vale la pena lo que creas en comparación con lo que hacen otros, tal vez te sirva tener en cuenta lo siguiente: la mejor manera de reapropiarnos de lo que realmente nos pertenece es a través de un trabajo de autoconocimiento.

En primer lugar, saber que esto nos está pasando es un gran paso para volver a estar en contacto con nuestro propio espíritu creativo, que todos llevamos dentro.

Si estás practicando poco tu creatividad, las siguientes preguntas podrían ayudarte a reencontrarte con tu chispa creativa:

  • ¿Qué me gusta hacer en mi tiempo libre?
  • ¿Qué es lo que más disfruto haciendo cuando estoy solo? ¿Y cuando estoy acompañado?
  • ¿Qué podría hacer una y otra vez, incluso sin que me paguen por ello?
  • ¿Qué es lo que suelo ponerme a hacer cuando pospongo hacer las cosas que “tengo” que hacer?
  • ¿Qué me gustaba hacer de pequeño?

En segundo lugar, podemos reconectar con el motivo que nos lleva a crear, con nuestro propósito:

  • ¿Para qué elijo yo hacer o crear esto? 
  • ¿Qué es lo que siento cuando estoy fluyendo en ese estado de creación?
  • ¿Con qué me conecta eso que elijo hacer?
  • ¿Para quién o para quiénes elijo crear?
  • ¿Qué siento cuando elijo compartir aquello que hago con las personas que resuenan con lo que tengo para ofrecer?

Espero que estas preguntas de autoexploración te ayuden a reconectar con tu propia esencia creativa y la felicidad de crear solo por el hecho de hacerlo.

Las personas a quienes admiramos son aliadas en el camino, porque pueden inspirarnos y ayudarnos a descubrir lo que nos hace únicos a nosotros. Pero es nuestra responsabilidad cuidar la llama con la que arde lo que venimos a aportar cada uno, que nadie más tiene.

No olvides que tienes tu propia combinación de talentos y dones, ¡y que el mundo está esperando que los compartas! Ojalá en estas respuestas tan personales puedas encontrar tu propio camino hacia la creación, y que, como dijo Julia Cameron, te recuerden que “La creatividad es un don superior. Usarla es nuestra manera de retribuir ese don”.

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